miércoles, 29 de julio de 2009

Nosotros nos quedamos*

I
Mientras contemplo las estrellas me surgen mil preguntas acerca de lo que pudimos hacer y nunca hicimos. Preguntas relacionadas con ellos y nosotros. Con ese futuro del que irremediablemente no habré de formar parte.
Hoy es miércoles 17 de noviembre de 2090, dentro de una semana cumpliré cien años. ¿Hasta dónde alcanzarán a ver mis fatigados ojos, y los de Thalassia y Nereida? ¿Hasta dónde los de nuestra nieta Jania?
Dentro de una hora tendrá lugar el gran evento. Todos los canales de holovisión transmitirán el acontecimiento. Al parecer todo comenzó hace sesenta y cinco años. Entonces nos pareció una buena idea. Una opción ante las amenazas de Ecumenópolis o
Ciudad-mundo. Entonces nadie pensaba en fragmentación de hábitat ni en aislamiento geográfico. Ya no importa, dentro de un par de horas... ¿Cómo comenzó todo?

II
Fue durante el verano de 2025, cuando Thalassia y yo regresábamos de un crucero de veinte meses por las aguas del Caribe, que la idea comenzó a instalarse entre nosotros. En un principio alguno de los dos había abordado el tema sin concederle mayor importancia; más bien, como quien sacara del sombrero un par de preguntas para aminorar la fatiga del trabajo, y es que en realidad nunca antes habíamos permanecido tanto tiempo en altamar.
La travesía llegaba a su fin y los objetivos del crucero estaban cubiertos. Con el material colectado y la información obtenida podríamos reproducir, en condiciones controladas, la estructura y función de los principales ecosistemas marinos.

La idea fue cobrando fuerza hacia el final del recorrido: Sin darnos cuenta, por entonces sólo hablábamos de las posibilidades de llevarla a cabo. Debió influir el hecho de que regresábamos a tierra firme para tantear la vida desde el estrecho mundo de un laboratorio y un monitor escolar, donde nos aguardaban un altero de publicaciones que revisar y un grupo de alumnos de posgrado que, a bordo de las escasas tablas de un pupitre y un simulador, tenían que descubrir el fascinante mundo del mar.

Esa mañana, Thalassia ya se encontraba en la red revisando el correo electrónico y las noticias más relevantes del día. Como siempre, en cuanto abandonaba la placa sómnica, se dirigía al monitor y se conectaba con los grupos de noticias de todo el mundo.
Según ella, no había nada mejor que empezar el día conociendo cabalmente el estado de las cosas, los avances, y la salud del mundo. A bordo de la autopista de datos y desde la comodidad del hogar.
Cuando encontraba algún dato interesante o alguna estadística digna de tomarse en cuenta, bajaba la información y me la mostraba a la hora del almuerzo.
Debo de reconocer que ha sido, gracias al meticuloso hábito de mi compañera, que en los últimos años he podido mantenerme al tanto de lo que sucede en el planeta.
Mientras saboreábamos un exquisito guiso de trepangs, Thalassia me mostró un par de holonotas. La primera daba a conocer las cifras del último censo mundial: diez mil millones de seres humanos, y según las estimaciones de un grupo de investigadores de la universidad de Biotec, la masa total de la humanidad rebasaba en promedio las doscientos cincuenta millones de toneladas, lo que significaba que, de no ser por la maricultura y la biotecnología, hoy no existiría el suficiente alimento y espacio para que nuestra especie siguiera manteniendo su actual crecimiento.

La otra nota presentaba a la primer ciudad subterránea del planeta: “Endósfera 1”, que tras diez años de iniciada su construcción y una vez ultimados todos los detalles, comenzaba a ser habitada por la primera generación de Endosferanos.
-Mira que ciudad –exclamó Thalassia-. No cabe duda que es la más hermosa y humana del planeta. Este tipo de vida es por la que deberíamos esforzarnos los seres humanos y no conformarnos con la que llevamos en las megalópolis de todo el mundo.
Las imágenes en 3D hablaban por sí solas. Bastaba con observarlas para descubrir lo absurdas que eran nuestras ciudades. Concebidas bajo un concepto antinatural y agresivo.

Qué diferencia –agregó-. Parece el producto de dos civilizaciones distintas. Los bárbaros de las megalópolis, víctimas del crecimiento exponencial, y la visión de una nueva cultura del desarrollo, la de los endosferanos, o no Enhalus?
La diferencia entre ambos conceptos era impresionante y reflejaba dos formas muy distintas de concebir la relación hombre-natura.
-Quizá eso sea –murmuré- Quiero pensar que nuestras monstruosas ciudades son cosa del pasado y que en el futuro edificaremos ciudades más armónicas, ¿no crees?
Los ojos de Thalassia se hicieron pequeñitos y arrugó la frente, como en un intento por imaginarse cómo sería la vida en aquella ciudad.

-Sabes Enhalus, casi podría decir que siento envidia por los endosferanos, ya que, aunque no lo parezca, están más cerca de la naturaleza que nadie.
De no ser por las secuencias en 3D hubiera sido difícil imaginarse cómo, los habitantes de una ciudad subterránea, podían estar más cerca de la naturaleza que quienes vivíamos sobre la superficie terrestre.
-Imagínate –agrego Thalassia mientras se llevaba las manos al cabello-, ellos cuentan con todo un mundo exótico y salvaje a sólo un par de kilómetros sobre sus cabezas.

A diferencia del resto de las ciudades, la superficie terrestre que se extendía sobre Endósfera 1, había sido acondicionada con todo tipo de ecosistemas naturales, cada uno con su biota más representativa, y no obstante que los ecosistemas y sus recursos estaban sujetos a manejo por los endosferanos, en lo fundamental, guardaban un equilibrio y encanto en ocasiones silvestre. Contaban con ríos, lagos, bosques y enormes jardines, así como con zonas de conservación de recursos, de experimentación y de cultivos. Todo a sólo un par de kilómetros sobre la ciudad. Ya fuera que salieran a recorrer la superficie o que se limitaran a observarlo todo desde los módulos de observación provistos, como el resto de la ciudad, de clima artificial.
Thalassia se puso de pie y me abrazó por la espalda: -Lo ves, no estamos tan locos –me dijo-. La idea puede funcionar.
-Sí verdad –respondí- Sería la otra opción y nos impulsaría a colonizar una parte del planeta que casi hemos ignorado.

Durante aquellos casi dos años en el mar, habíamos llegado a la conclusión de que la única forma de conocer el extenso mundo marino era decidiéndonos a habitarlo. Construir ciudades-anfibio que además de permitirnos realizar investigaciones y monitoreos más minuciosos, nos permitirían disponer de un espacio que ya no existía en la superficie continental.
En nuestras numerosas charlas al respecto habíamos conseguido definir los principios básicos que a nuestro juicio, harían de las ciudades anfibias una opción ante los problemas de sobrepasamiento y colapso a que se enfrentaban las megalópolis de todo el mundo; permitiéndonos así imaginar con mayor optimismo la llegada de Ecumenópolis o ciudad-mundo, y en el mejor de los casos evitarla.
Los aspectos técnicos generales no representaban un gran problema, ya que existían la tecnología y los avances científicos para llevarla a cabo. En un principio recurriríamos a los modelos para el manejo sustentable de ecosistemas cerrados, creando un complejo de ecosistemas artificiales que estarían regidos por un sistema extrainteligente.

Diseñaríamos un Macrosistema semicerrado. Permeable a la energía solar. Un macrosistema que buscaría ser una réplica de los principales ecosistemas del planeta; siendo además, capaz de autorregularse. Un macrosistema que estaría sobre una plataforma oceánica anfibia de proporciones nunca antes vistas.
Sabíamos que nuestra idea no era del todo novedosa, ya que el océano ya estaba siendo surcado por estas pequeñas ciudades, a las que sin embargo, no se les reconocía como tales.
Infinidad de buques-factoría y pequeños laboratorios flotantes recorrían a todas horas sus gigantescas aguas. Muchas de las compañías mineras surcaban constantemente la superficie marina en busca de nódulos polimetálicos incluso, desde mediados del
siglo XX, durante la era del plástico y de las chimeneas, los gambusinos del oro negro se habían visto forzados a construir enormes plataformas oceánicas para extraer del mar los más grandes yacimientos petrolíferos.
Lo único que venía a ser novedoso era la idea de llevar a la práctica estos mismos principios pero en proporciones gigantescas. Ya no un buque ni un pequeño laboratorio, sino toda una ciudad capaz de albergar a cien millones de habitantes.

Thalassia dirigió la mirada a través de la escotilla y mientras contemplaba la superficie marina comentó:
-Que hermoso es el mar o no Enhalus? Nuestro planeta debería llamarse planeta Agua; casi 362 millones de kilómetros cuadrados de su superficie están cubiertos por agua. No obstante actuamos como si no se tratara del 71% de la superficie total del planeta.
-Ya es hora de cambiar eso, no crees? Tan sólo el Océano Pacífico cubre 176 millones de kilómetros cuadrados, lo que supera en un 22% a la superficie ocupada por todos los continentes. Además, si reuniéramos a todas las islas del planeta no cubrirían ni siete millones de kilómetros cuadrados y ya sabemos que en la actualidad éstas sólo albergan a 700 millones de personas.
-Claro –suspiró Thalassia- y como no hay más islas tendremos que construirlas.

-Ese es el punto –continué- Necesitamos construir islas artificiales y con el tiempo por que no, nuevos continentes.
Fue durante la última semana del crucero que ambos dedicamos todo el tiempo a elaborar el anteproyecto. Al cabo de un mes el artículo multimedia estaba listo para ingresar al Sistema del Consejo Mundial de las Ciencias.

Durante ese mismo tiempo nos dimos a la tarea de preparar una serie de hipertextos de divulgación. En cuanto el artículo y nuestra página se dieron a conocer surgieron todo tipo de comentarios: “Que en qué sitio del océano se colocaría la ciudad, a qué ciudad pertenecería, quienes la habitarían, cuál sería el idioma, la bandera y la moneda oficiales; y cuál la relación de la ciudad anfibia con el resto del mundo”.
Seis meses más tarde, con la aparición de nuestro primer libro hipertextual: “Ciudades Oceánicas anfibias, una opción para los habitantes del planeta Agua”, muchas de las interrogantes eran respondidas ampliamente, y así, nuestro proyecto consiguió captar el interés de los miembros del Consejo Mundial.
Durante los dos primeros años, Thalassia y yo nos dedicamos a impartir teleconferencias y a publicar artículos en cuanto sitio nos querían escuchar y leer. Nuestros textos comenzaron a inundar los grupos de noticias de las autopistas de datos y a menudo, los canales de holovisión dedicaban sus espacios para discutir la viabilidad de nuestra propuesta.
Un año más tarde nos encontrábamos exponiendo nuestro proyecto ante el Consejo Mundial de las Ciencias, quienes al estudiarlo decidieron brindarnos su apoyo.
Así, ambos nos trasladamos a la ciudad de Biotec para integrarnos al equipo de investigadores del Consejo Mundial.

Recuerdo aquel invierno de 2029 cuando Paloma, Hari y Liu nos recibieron en el navipuerto. En cuanto la banda móvil nos condujo hasta la sala de espera Thalassia los identificó: El doctor Hari Dreux, experto en ecourbanismo, arquitectura del paisaje y en implementación de energías alternativas; el doctor Liu Matsubara, especialista en plataformas oceánicas anfibias; y la doctora Paloma Ledesma, una de las ecólogas más reconocidas del planeta, experta en manejo de recursos y pionera en el desarrollo de sociedades sostenibles.
En cuanto quedamos frente a ellos, la doctora Ledesma nos dio la bienvenida en nombre de los investigadores del Consejo mundial:
-Es un honor conocer personalmente a quienes luchan por hacer que los sueños del hombre se hagan realidad –nos dijo. Que trabajaríamos juntos en el proyecto y que muy pronto empezaríamos la construcción de la primera ciudad anfibia del mundo.

A ese día le siguieron años de intenso trabajo, en donde más de
900 teleinvestigadores conectados por la Red trabajaríamos día y noche en pro de un objetivo común. Como años más tarde apuntaría Thalassia: “El ambiente era excepcional. Una gigantesca ola de entusiasmo nos invadía a todos, confluyendo en una misma idea, en una misma urgencia por ver terminada nuestra ciudad-anfibia”.
Recuerdo una noche en que Thalassia y yo nos encontrábamos revisando unos circuitos bioelectrónicos para el ensamblaje de genes, cuando de pronto alguien llamó a la puerta con insistencia.
En el monitor apareció el rostro de Paloma. Tras cruzar el umbral del estudio comentó: -Traigo la versión en RV de lo que será nuestra ciudad.

El centro de la habitación se iluminó de color púrpura y poco a poco frente a nosotros y en perspectiva, comenzaron a surgir unas letras azules por las que se podía observar la superficie marina. Daban la impresión de ser unas pequeñas ventanas emergiendo de la oscuridad. En cuanto las palabras resultaron legibles una cálida voz leyó: “CIUDAD ANFIBIA I. Proyecto subvencionado por el Consejo Mundial de las Ciencias”.
La voz resultaba inconfundible. La doctora Ledesma se había prestado para narrar en off los comentarios que requería el documental, y todos lo sabíamos, en Biotec y quizá en todo el continente, no había una voz más llena de magia que la suya. Unos segundos más tarde, una pequeña porción del Pacífico ocupaba toda la estancia y desaparecido las letras. Nos encontramos, por así decirlo, envueltos en la biodiversidad de los ecosistemas del Pacífico, colmando la estancia de colores, de aromas y de vida.
Tras una ágil disolución la estancia se oscureció. Segundos más tarde se iluminaba de nuevo para mostrar algunos aspectos de ciudades como México y Chaos Bay, consideradas las megalópolis más grandes del planeta.

Junto con las escenas de complejos industriales y urbanísticos, se numeraban los graves problemas que agobiaban a estas enormes ciudades. Que no tanto por su tamaño –recalcaba la narradora- sino por su pésima planeación, hoy constituían verdaderos monstruos sin cabeza. Además, su crecimiento se había hecho a costa del deterioro y destrucción de la mayoría de los ecosistemas que un día ocuparan la superficie de los continentes, con el alarmante decremento en su biodiversidad.
Al ritmo de crecimiento actual –comentaba la voz grabada- para la próxima duplicación, lo que ocurriría en menos de 20 años, habremos transformado a nuestros continentes en Ecumenópolis o ciudad-mundo. Entonces todos los continentes del mundo serán reducidos a una solitaria y gigantesca casa. Diseñada para intentar satisfacer las comodidades de una sóla especie, que de ser así, sólo conseguiría el sobrepasamiento y colapso del Sistema Tierra.
Veinte minutos más tarde, con un colage de sonidos y holoimágenes de los principales ecosistemas de la Tierra, aquella voz decía: “Por sobre todas las posibles respuestas está el mar, cerca del 71% de la superficie del planeta. Vientre gigantesco, original. Frontera inventada por sueños que no quisieron empaparse. Posibilidad subutilizada, no obstante ser tan obvia. Respuesta ignorada, superficie que espera ser colonizada por unos hombres con memoria”.
Así concluía la primera parte del documental. A continuación, aquella cálida voz nos invitaba a colocarnos los visores y el traje de datos para visitar la primera ciudad anfibia del mundo. Frente a nosotros, la magia de la realidad virtual nos permitía adentrarnos en una ciudad que aún no existía. Thalassia, Paloma y yo, comenzamos a habitar un sueño que más tarde, gracias al esfuerzo y dedicación de todos los que integraron y colaboraron con el proyecto, se haría realidad.

Durante el tiempo que duró aquel viaje al futuro ninguno de nosotros fue capaz de expresar con palabras lo que encontraban y descubrían nuestros sentidos. Cada cual recorriendo a su antojo la ciudad. Encontrándonos y perdiéndonos en aquel ciberespacio. Abriendo puertas o explorando rincones; visitando los últimos niveles de la ciudad o descendiendo por túneles antigrav hasta los sótanos submarinos. Todo ello casi en silencio, apenas interrumpido por exclamaciones de júbilo y susurros que sin querer deja escapar todo aquel que piensa en voz alta.
Conforme recorríamos la ciudad, nuestra sorpresa iba en aumento. Todo parecía encajar a la perfección, guardando un equilibrio entre lo funcional y lo estético.
Recuerdo que hubo un momento en que Thalassia comentó que aquello era como habitar un megaorganismo: -Me siento como un fago recorriendo las arterias de un gigante. La ciudad es un ordenador viviente que se ensambla y repara con ADN. Es el anfibio más grande del planeta.
En nuestros intentos por ilustrar lo que debería de ser una ciudad anfibia, Thalassia y yo no conseguimos pulir muchos de los aspectos técnicos más avanzados. No obstante, con la participación del equipo de investigadores del Consejo, en donde se sumaban todo tipo de conocimientos y experiencias, nuestros modelos fueron perfeccionados y los resultados obtenidos superaron los cálculos y sueños de quienes habíamos participado en el proyecto.

Comenzaba a amanecer cuando la doctora Ledesma se percató de la hora. -¿Ya vieron qué hora es? Llevamos casi ocho horas ...
No alcanzó a terminar el enunciado. Dirigió la mirada hacia el ventanal. Afuera, entre la bruma, un Sol comenzaba a salir de la modorra.
Thalassia y yo nos retiramos los visores para observar como poco a poco se despertaba el día. Durante un par de minutos reinó el silencio. Era como asistir a un gran evento, a una ceremonia milenaria en donde todo cambia y se renueva.

Un nuevo día –susurró la doctora- y los tres nos descubrimos envueltos en la magia que se cierne alrededor de quienes, tras compartir una experiencia virtual, se miran con ojos de complicidad y de asombro. Miradas que más que verte te acarician.
Esa mañana a través de la Red del Consejo Mundial presentaríamos el documental al resto de los integrantes del equipo, por lo que dos horas más tarde, nos dirigíamos al Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Biotec.

En cuanto recorríamos la ciudad, una sensación extraña se apoderó de nosotros. En sólo unas horas, nuestra visión de las cosas se había transformado significativamente, y la ciudad y sus calles nos parecían absurdas. Era como si de golpe hubiéramos dejado de pertenecer a ese mundo. Como si desde esa noche el Universo hubiera dado, para nosotros, un giro de ciento ochenta grados y no obstante todo permaneciera en su sitio: calles, edificios, gente habitando el cuerpo de un monstruo embravecido. Todo inmóvil dentro de aquel movimiento apresurado.
Recuerdo que entonces nada se podía comparar con nuestra ciudad en desarrollo, nuestra ciudad anfibia. Aquel ovoide majestuoso rodeado por la plataforma elipsoidal que representaban los ecosistemas del exterior: ecosistemas marinos que nos mantendrían unidos al resto del mundo.
Solíamos imaginarla como una enorme cápsula flotando sobre el mar. Una cápsula y su imagen de espejo, ya que por debajo del nivel del mar se encontraría el treinta por ciento de la ciudad.
Desde entonces también, sentíamos nostalgia por el porvenir, por ese futuro que no acababa de llegar y que no obstante, día a día seguíamos construyendo. Bastaba cerrar los ojos para habitarla de nuevo, para admirar sus jardines de corales, anémonas y quelpos gigantes, localizados hacia la parte oriente de la ciudad. O visitar las áreas de maricultivo y productividad, ascender hasta los últimos niveles de la ciudad y contemplar a Nereida desde las alturas. Una ciudad que hasta entonces sólo era habitada por clones sintéticos o como dijera Thalassia: por nuestros yo virtuales.
Así, los esfuerzos por concluir el proyecto se aceleraron notablemente y para mediados de 2040 nuestro gran sueño ya era una realidad a punto de habitarse.

Habían transcurrido casi diez años y medio desde que nos integramos al equipo del Consejo Mundial. Durante el primer año nos dedicamos a sintetizar el biosoftware del ordenador biológico que regiría la estructura y función del Macrosistema, así como la relación de éste con los ecosistemas marinos del exterior.
El trabajo fue titánico ya que en más de una ocasión llegamos a considerar imposible poder integrar tantos aspectos en un modelo global. Especialmente porque la ciudad debía de tener la capacidad de autorregularse. Aún así, para fines de 2030 lo habíamos conseguido.

Cuando el Macrosistema quedó terminado, el mismo doctor Dreux llevándose las manos a la boca exclamó: -Pero si esto, más que una ciudad, parece el modelo de un sistema viviente. De un megaorganismo artificial que fuera a ser habitado por un simbionte humano, ¿no creen? –Y sus ojos, con expresión de asombro y entusiasmo se encontraron con los rostros igualmente perplejos de quienes lo rodeábamos.
Superada la etapa conceptual nos concentramos en la fase operativa. El primer paso consistió en trasladar una parte del personal y equipo a la costa oeste de la ciudad, en donde sería ensamblada la enorme plataforma que soportaría al macrosistema.
Recuerdo que el doctor Liu Matsubara, quien estuvo a cargo de coordinar esta fase, pasaba más tiempo en altamar que en el mismo instituto hasta aquella mañana en que, tras dos años de intenso trabajo, el casco submarino de la ciudad quedó terminado. Y el sistema de propulsión y navegación por satélite de la ciudad, funcionando a la perfección.
Thalassia y yo nos alegramos de tener nuevamente entre nosotros al doctor Matsubara y de escuchar, con sus propias palabras y anécdotas, lo que para entonces ya constituía una noticia mundial.

Unas semanas antes, los canales de holovisión se habían encargado de crear una gran expectación alrededor de nuestro proyecto y en especial hacia el momento en que el casco de la primer ciudad anfibia del mundo quedara terminado.
Ese mismo día, durante una teleconferencia, Thalassia daba a conocer ante los medios masivos de comunicación el nombre que llevaría nuestra ciudad, que hasta entonces sólo era conocida como Ciudad Anfibia 1.
Ante la pregunta directa de una DGI, Thalassia esbozó una displicente sonrisa, acarició su larga cabellera, tomó aire y respondió: -NEREIDA. Ese es el nombre que hemos escogido para la que muy pronto será la primer ciudad flotante del planeta. Y como todos saben, el Macrosistema Nereida ha sido diseñado para conseguir una sociedad materialmente suficiente, socialmente equitativa y ecológicamente sostenible.
-Y doctora Michin –intervino otro de los DGI-. Podría describirnos el aspecto físico y el sitio que ocupará el ordenador biológico dentro del macrosistema?
-¿Orbi? No, permítame. Creo que hay una confusión –se apresuró a responder Thalassia-. En cuanto a lo del aspecto físico, no debemos pensar en “Orbi” como en un megaordenador central ni mucho menos. De hecho, Orbi ni siquiera será un ente físico, sino una compleja red de sinapsis bioelectrónicas encargadas de captar y procesar información tan diversa como la que, segundo a segundo, se puede estar generando dentro de todo un macrosistema y sus alrededores.
Ahora bien. Entendido esto –continuó Thalassia-, usted ya podrá imaginarse el resto. ¿Que dónde estará situado Orbi? –Y tras un breve silencio Thalassia volvió a sonreír, y en un tono de broma que provocaría la risa de todos los presentes agregó-: Pues como antiguamente decían los creyentes al referirse a su Dios, “en todas partes y en ninguna.

Fue a principios de 2034 que se comenzó a montar la enorme cúpula que cubriría la ciudad. Los trabajos se realizaron “in situ”, ensamblando primero aquellos domos que desempeñarían la misma función: fotorrecepción, polarización, intercambio gaseoso de emergencia, respiración, etc. Posteriormente se les ensambló de acuerdo al sector para el que fueron diseñados. De hecho, todos los sectores son polifuncionales, es decir, se diseñaron para realizar al menos siete de las nueve funciones básicas que, en sus diferentes combinaciones, son necesarias para mantener la homeostasis del macrosistema.
Dos años más tarde, la bóveda transparente de Nereida estaba concluida y funcionando como una membrana de permeabilidad selectiva. Para finales de 2039 toda la ciudad había quedado terminada y lista para que, al verano siguiente, comenzara a ser habitada por los primeros diez millones de nuevos Acuosferanos.
Fue durante la cena de fin de año que Thalassia me dio la gran noticia. Nos disponíamos a brindar por ese año. 2039, el último año de toda una década de intenso trabajo, y en el que por fin veíamos alcanzado nuestro más grande anhelo.
Thalassia me tomó por el brazo y susurró: -Nosotros tenemos otro motivo de celebración.
Sus ojos reflejaban una alegría apenas contenida que me estremeció y enseguida levantó la copa de champaña y
dijo: -brindemos por la familia.
Dirigí la mirada a mi alrededor para ver a Paloma a Hari y a Liu y dije: -Sí, en efecto, somos una familia de Acuosferanos.

-No –me interrumpió Thalassia, y colocando mi mano sobre su vientre agregó- Yo me refiero a nuestra familia, a ese diminuto corazón que desde hace dos meses ha comenzado a latir dentro de mí. Hablo de nuestro hijo o hija, aún no lo sabemos Enhalus.
Nos abrazamos, el o ella nacería a principios de julio, fecha que coincidía con la inauguración del Macrosistema Nereida.
Tres meses más tarde supimos que se trataba de una niña. En cuanto nos enteramos, Thalassia y yo nos vimos a los ojos y sin dudarlo siquiera dijimos: “Se llamará Nereida y será la primer acuosferana del planeta Tierra”.


* * *
III
Han transcurrido casi sesenta años desde que dejamos los continentes para habitar el Macrosistema Nereida.
En la actualidad ya son cinco las ciudades anfibias que surcan los mares. Para dentro de diez años, es decir, para 2100, se tienen proyectados cinco macrosistemas más.

Hoy los macrosistemas son reconocidos como potencias en el ámbito mundial. Los mercados del planeta se encuentran inundados por artículos en los que se lee “Hecho con Amor en Nereida”, o en Cueyatl, Olín, Acuatopía ó Democracia, según se trate, y que son los nombres de las demás ciudades anfibias.
Nuestros macrosistemas son considerados los principales centros generadores de conocimientos y transferencia de tecnología, destacando en lo relacionado con las ciencias del Mar y de la Tierra, en el diseño y operación de sistemas y en el manejo de sociedades sostenibles de alto rendimiento.

En cuanto a la vida sobre los continentes se refiere, los acontecimientos se pueden reseñar desde tres horizontes diferentes: El que corresponde a las colonias de Endosferanos, que han experimentado un desarrollo sostenido desde que entrara en operaciones Endósfera 1.
Actualmente existen noventa ciudades subterráneas en todo el mundo, muchas de las cuales cuentan con interconexiones igualmente subterráneas.
En el otro horizonte se puede ubicar al conjunto de naciones pobres que enfrentan las consecuencias del crecimiento exponencial, el agotamiento de sus recursos naturales y el deterioro del medio ambiente. Habitan en los más de tres mil millones de hectáreas desertificadas del planeta y están consideradas poblaciones en vías de extinción, en parte como consecuencia de las altas tasas de mortalidad que enfrentan y en parte como resultado de los continuos enfrentamientos que dichas poblaciones sostienen tanto con endosferanos como con las naciones ricas.
Finalmente, en el tercer y último horizonte, se ubican los miembros de las naciones ricas, que no obstante enfrentar serios problemas medioambientales, mantienen su crecimiento a costa de las naciones pobres. Hoy sin embargo, parte de este horizonte habrá de fragmentarse.
Sea como sea y por las causas que realmente hayan motivado los acontecimientos que estamos a punto de presenciar, ya estamos aquí, lo que hace que el presente sea irrefutable. A partir de hoy habrá de inscribirse una nueva era en la vida de este planeta.

Desde hace unos meses, gente de los continentes comenzó a hacer sus maletas. Dicen que se van. Que los días de gloria del planeta Tierra han quedado atrás. Que el futuro está en las colonias espaciales y en la conquista de nuevos mundos.
Nosotros y los endosferanos decimos que no. Que nos rehusamos a abandonar la Tierra. Ellos contestan que sí. Que se van. Que nos dejan.

La brisa ha comenzado a soplar sobre Nereida. El Sol es ahora una boca sedienta que se inclina para beber agua de mar en pleno invierno. Levanto la mirada y tras el ocaso contemplo las estrellas, tan lejanas y colmadas de misterio y me pregunto ¿Será que todo cambia y se renueva?

Ahora me pongo de pie. Me reúno con mi familia y juntos aguardamos el momento. Thalassia me abraza y me da un beso. Una sonrisa nerviosa, un prolongado suspiro y una mirada que acaricia y lo sé, todos lo sabemos: Thalassia, Nereida, Jania y yo somos una familia de Acuosferanos. Parte inseparable de este diminuto y frágil ecosistema que llamamos Tierra.

Ahora se activa el holovisor. El momento ha llegado. Un color azul invade la estancia y poco a poco, frente a nosotros y en perspectiva, van surgiendo unas letras moteadas por las que se asoma el Universo. Dan la impresión de ser unas pequeñas ventanas emergiendo de la oscuridad. Ahora las palabras resultan legibles y una voz repite: COLONIAS ESPACIALES 1. Proyecto subvencionado por el Consejo Mundial de las Ciencias.

Dirijo una cálida mirada a Thalassia que desde su impenetrable silencio me mira sin poder decirme nada. Nos miramos así, calladamente. Nos acariciamos las canas.
Frente a nosotros el primer complejo espacial del mundo ocupando toda la estancia. La voz en off de una narradora que expone sus ventajas. Tras un repentino oscurecimiento, emerge una holovisión que a todos nos sobrecoge. Medio centenar de transbordadores especiales llenan la habitación. Los propulsores se activan y sobre una banda móvil se aproximan los migrantes.
Ahora suben a bordo y se despiden. Nosotros nos miramos unos a otros y luego a ellos y ellos, como ante una visión de espejo nos imitan.

No hay sonrisas, sólo una expresión mutua de asombro. Ojos redondos como esferas-planetas-de-artificio: miradas sin luz, ni estrellas, ni brillo, ni nada.
-Qué demonios está ocurriendo –grito- y como siempre Thalassia viene en mi auxilio.

Por la mente me cruza la idea de que después de todo nosotros, ellos, después de todo ambos, no somos tan distintos.

Ahora, sin saber que decir, ambos levantamos la mano derecha en señal de despedida. El tiempo se detiene ante el nuevo parte aguas de la historia. Ellos-nosotros, nosotros-ellos. Los acontecimientos y los recuerdos se agolpan. Gravita el instante. Se ahoga en la memoria. Nos contemplamos o nos redescubrimos. Algo en nuestro interior nos dice que somos los hijos de una misma Tierra. Algo de nosotros se va, se llevan. Algo de ellos nos dejan. Entonces ellos repiten que se van y nosotros, perplejos, con un nudo en la garganta y casi a punto de soltar el llanto, sólo alcanzamos a
balbucear: Nosotros nos quedamos.

*La primera versión de este cuento (Ciudad Flotante)se publicó en 1991, en la revista Punto de Partida y el cuento, tras obtener el primer lugar, representó a la UNAM en el Primer Concurso de Divulgación Científica 1991.